No es un lugar de paso, sino un espacio para la conversación y el amor; donde a través de una mano tendida o una palabra se construye un hogar. La residencia Amavir Mutilva —antes Amma— abrió sus puertas con el objetivo de cuidar a las personas mayores no solo desde lo asistencial, también desde lo humano. Y un cuarto de siglo después, este propósito se mantiene intacto. Porque lo que en su día se instauró como una residencia, ahora se ha consolidado como un testimonio de constancia y amor, en donde las paredes guardan las historias de vida de sus trabajadores, residentes, de los que ya no están... Y de los que más tarde se unirán a esta "gran familia". Pero, por ahora, solo queda celebrar los 25 años de "esta casa", en la que, en palabras de Lourdes Rivera, directora general de Amavir, "se han tejido afectos profundos, se ha hecho comunidad y se ha puesto en valor nuestra dignidad como personas sin importar la edad. Porque, más allá de lo profesional, somos también un hogar". De esta manera, en Amavir no se atiende a personas mayores, sino que "se escucha, se abraza y se celebra la vida", añadió.
En los años 2000 comenzaron a fraguar unos cambios sociales "difíciles de entender" porque no se veía bien que los cuidados pasaran a manos de expertos en centros especializados. "No se daban cuenta de que las trabajadoras y trabajadores iban a mimar a sus familiares. Y esto es lo que Amavir lleva haciendo desde sus orígenes", apuntó Manuel Romero, alcalde del Valle de Aranguren. De hecho, destacó que las residencias de ancianos deberían ser universidades de la vida. "Las personas mayores son el aprendizaje y la experiencia de muchos años de historia. No podemos pensar que ya están para apartarlos y poco más, sino que tenemos que aprovecharlos como ejemplos".
Un envejecimiento digno y autónomo
Por su parte, Inés Francés, directora gerente de la Agencia Navarra de Autonomía y Desarrollo de las Personas, reconoció que valen mucho más las anécdotas e historias de estos 25 años que lo que se puede contar. "Hemos cambiado mucho a nivel social. Estamos reivindicando una forma de envejecimiento que no suponga una renuncia de nuestras vidas, por muchos años que cumplamos. Envejecer significa que queremos seguir construyéndonos y ser autónomos, aunque necesitemos ayuda", declaró. En ese sentido, los trabajadores del centro se encuentran alineados con la filosofía de ser apoyo para convertir la residencia en un hogar para todos los que habitan en este edificio. "La residencia debe ser un centro abierto, que la ciudadanía lo entienda como propio y que sepan que aquí también se hace comunidad a través de los cuidados", ha concluido.
Reconocimiento a una labor silenciosa
Tras los discursos, llegó el turno de homenajear a seis trabajadoras por su servicio incondicional de atención a las personas mayores desde los orígenes del centro: Yolanda Ezpurra (trabajadora social), Rosalía Duque (enfermera), Araceli Aranatz (profesional de limpieza), Begoña Aundez (auxiliar), Olga Miranda (personal auxiliar) y Maite Leiun (profesional de limpieza). Asimismo, también agradecieron a entidades y voluntarios que les han acompañado durante su historia. En este caso, la condecoración la recibieron la Fundación de Profesionales Solidarios y Francisco Javier (Patxi) Sánchez Asín.
Gracias a quienes han dado sentido a estos 25 años
Finalmente, agradecieron a los residentes que viven en el centro desde casi el principio y a las personas que están a punto de cumplir el centenar: Carmen Carrión, Andrés Aznar (quien recibió las flores con lágrimas en los ojos), Luisa Medina, María Jesús Labiano y Rosario Segura. Y, por supuesto, a Begoña Barricat, que, a pesar de que ya no esté, dejó su vida grabada en el alma de las trabajadoras, de sus compañeros y en los pasillos por los que anduvo durante 25 años. Y allí quedan sus sonrisas, sus abrazos y su vida. La que se recuerda, se honra y nunca deja de sentirse.